La primera gran victoria de Morazán sobre el golpismo cachureco.
Autor invitado: José Félix Barahona Maldonado.
Dia 9 de noviembre. El Brigadier José Justo Milla Pineda pernoctaba en Tegucigalpa, cuando fue alertado por Radio Bemba sobre el movimiento que Francisco Morazán efectuaba desde Sabanagrande a Tegucigalpa.
Siete meses habían transcurrido desde la capitulación de la capital Comayagua a manos del gobierno cachureco, que comenzó su ataque el 4 de abril de 1827 hasta la capitulación del 11 de mayo. Comayagua una vez rendida serio objeto del más salvaje y brutal vandalismo, tanto así que el Brigadier Milla ordenó su incendio y saqueo, contando con la aquiescencia del traidor José Antonio Fernández, jefe de la Plaza de Armas.
José Justo Milla un mal hondureño, nacido en la actual Gracias, Lempira, en 1794 y muerto en exilio perpetuo de Sonora, México en 18838, era a la sazón el vicepresidente de Honduras, cuando por instrucciones Manuel José Arce, quien actuando en consonancia con las perfidias de Valle y el poderoso clan de los Aycinena, se unió a los conservadores chapines para dar un golpe de Estado al presidente José Dionicio de la Trinidad de Herrera y Diaz del Valle, quien seria electo en 1824 y se convirtió en el primer presidente de Honduras.
Herrera un destacado liberal de ideas progresistas, el más veterano luchador por la libertad de Honduras, abogado de profesión y uno de los hombres más ilustrados de Centroamérica, seria hecho prisionero por Milla, y posteriormente conducido atado a la cola de una mula a Guatemala, donde permanecería dos años preso en las mazmorras medievales de la familia Aycinena hasta que Francisco Morazán lo liberara un 13 de abril de 1829 y lo restituyera en la presidencia nuevamente.
¡Así la situación política de Honduras en 1827! Cuando todo parecía oscuro y perdido para la joven democracia republicana, apareció el Prometeo centroamericano, un muchacho joven, originario de Tegucigalpa, el más obstinado unionista que haya conocido Centroamérica, dispuesto a batirse hasta la muerte contra los golpistas y reaccionarios con tal de ver restaurado el imperio de la Ley que mandaba la Constitución Federal. A los días de la capitulación de Comayagua y posterior a la batalla de la hacienda Maradiaga, el 23 de junio, Morazán clandestinamente salió para El Salvador, a entrevistarse con el presidente Mariano Prado quien le prometió 200 hombres y pertrechos de guerra para iniciar una campaña de guerra de guerrillas contra los golpistas cachurecos.
El 25 de setiembre de 1827, zarpo del Puerto de La Unión hacia Nicaragua, llegando a la ciudad de León, donde fue recibido por el caudillo popular nicaragüense Anacleto Ordoñez, quien le proporcionó 135 hombres al mando de dos bizarros coroneles: Ramon Pacheco y Román Valladares. Con ellos Morazán se movilizo de León a Choluteca. Una vez instalado en el sur, se le sumo la columna de 200 salvadoreños y 300 hondureños, naturales de Tegucigalpa, Cantarranas, Texiguat y Moroceli, al mando del capitán Francisco Ferrera y el joven José Francisco Trinidad Cabañas Fiallos el más fiel guerrillero de Morazán.
Con 650 hombres, Morazán comenzó la valiente hazaña con la quedaría una estocada mortal a los golpistas. Puso rumbo a Tegucigalpa, haciendo escalas en Pespire, La Venta y Sabanagrande. En Pespire enjaezo sus caballos y se dotó de vigorosas mulas para transportar los cañones de montaña, pues estos había que desmontarlos de la cureña, las ruedas y el tubo cilíndrico, luego montarlos a lomo de mulas.
Una ves en Sabanagrande, Morazán fue avisado por sus informantes que Justo Milla saldría a cazarlo, antes de poner pie a Tegucigalpa. Morazán, aunque no era muy ducho en tácticas militares, era dueño de un gran sentido común y una buena pericia militar. Hablo con su recién creado Estado Mayor de su Ejercito Aliado Protector de la Ley.
Los más experimentados recomendaron adoptar una posición defensiva y dejar que los golpistas salieran a buscarlo. Sigilosamente se movió con la mayor parte de sus tropas hasta la localidad de Apatana, unas colinas al norte de Sabanagrande para establecer allí un puesto de avanzada y vigilancia. Como parte de la reserva, dejo en el pueblo de Sabanagrande al coronel José María Gutiérrez, Francisco Ferrera y José Zepeda, siempre listos para actuar en caso de ser necesaria su participación en el campo de batalla.
El 10 de noviembre, el brigadier José Justo Milla, se movilizó de Tegucigalpa a Ojojona, para tenderle a Morazán una emboscada en la cuesta de Santa Ana, desde los acantilados de la meseta del Cerro de Hula. Al ser Morazán un civil, Milla subestimo sus capacidades militares, y fanfarroneaba diciendo que al primer tiro Morazán “huiría por miedo”. Lo que ignoraba es que ya no era aquel muchacho apasionado que se precipitó en la Maradiaga y que luego se retiró a Tegucigalpa. Ahora era un cauteloso y resuelto hombre que había aprendido mucho desde aquel día, esta ves venia bien armado y con gente dispuesta a inmolarse por la causa que defendía. Milla no sabía que pronto se convertiría en el cazador cazado.
¡Morazán el 11 de noviembre les iba a rajar el cuero! ¡Vamos a la batalla! El 11 de noviembre por la mañana, Milla se inquietó al ver que Morazán y sus guerrilleros no aparecían. Radio Bemba le informa que Morazán y sus combatientes están ranchando en Sabanagrande, Milla -como era natural en el- con una actitud de bufón y fantoche decide dejar las alturas de Santa Ana y bajar al pequeño valle de La Trinidad.
Morazán ejecutando una maniobra meticulosamente planeada se enfrentaría a Milla con tres compañías de 150 hombres cada una. Había preparado las defensas del lugar desde el 10 de noviembre. El día 11 de noviembre antes de rayar el alba, le solicita al coronel Remigio Diaz que adelante la línea del flanco izquierdo y tome las alturas de la loma de Sicatare, para colocarse en la retaguardia del Segundo Batallón Federal al mando de Milla y del coronel Rosa Medina.
El coronel Ramon Pacheco se colocó en el centro de la ruta La Trinidad-Ojojona, a la derecha de Morazán, Román Valladares y el cabo José Cabañas agazapados en las cercanas del cerro El Caranguije, atacarían el flanco derecho. Fue una maniobra envolvente perfecta, similar a la que Aníbal hizo los romanos en la célebre batalla de Cannas.
¡Pronto La Trinidad retumbaría! ¡Los cañones Hochtkiss y los fusiles Husqvarna listos para vomitar fuego! En las tropas del Segundo Batallón Federal priva un ambiente de incertidumbre, un mal presentimiento ronda y taladra la cabeza de sus soldados. La mañana es fría típico del mes de noviembre.
El bosque de pinos está lleno de neblina, los soldados temblorosos deciden bajar hasta los planos de La Trinidad. Caminan con los pies tanteando no dar una pisada en falso, en el camino hay muchas piedras y entre este zacate maleza. Los 5 kilómetros que separa los barrancos de Santa Ana con el valle de La Trinidad se convierten en el recorrido más largo de su vida, pues para muchos será el principio del fin.
Francisco Morazán y Ramon Pacheco no quitan el ojo de sus potentes catalejos de óptica alemana, a las 10 de la mañana por entre la niebla, el coronel Pacheco ve asomar unas figuras que se mueven penosamente, levanta su mano izquierda, sus artilleros están en alerta máxima, al bajar la mano y apuntar sus dedos hacia el frente, instantáneamente ruge una batería de 15 cañones que rechaza el primer asalto de Milla. Luego sobreviene una potente descarga de fusilería que deja en vilo a los ya desconcertados soldados golpistas.
La caballería arremete con todo y aplasta lo que se plante en frente. Morazán entra en acción, junto a sus fieles de Moroceli y Texiguat, golpea con fuerza el flanco derecho, los soldados golpistas que intentan ponerse a salvo en la quebrada de Sicatare, pero ignoran que allí en una colina les aguarda el coronel Remigio Diaz, quien les recibe con una nutrida descarga de cañonazos y fuego de fusilería.
El combate se prolonga hasta pasado el mediodía, Milla y sus lugartenientes huían en humillante desbandada, dejando en el campo de batalla 140 bajas -entre muertos y heridos- cañones de campaña, fusiles y cajas de municiones mas una recua de caballos y mulas que trotaban de un lado a otro.
Morazán dió sepultura a los caídos y solicitó atención a los heridos que eran unos 60 en número. Llegaría a Tegucigalpa el 12 de noviembre, restauro a las autoridades depuestas y desde allí preparo su entrada triunfal a Comayagua, a la cual llegaría el 26 de noviembre.
Le esperaba un congreso de diputados que lo nombraron presidente provisional de Honduras y ya entre diciembre y enero realizo campañas en la costa norte y el occidente tomando el control total de todo el territorio. Así se escribe la primera pagina de la Epopeya Morazánica, ¡luego vendrían los laureles de Gualcho!
Nota: Agradecemos la autorización dada por el autor.
José Félix Barahona Maldonado ensayista, arquitecto y diseñador artístico originario de Langue, Valle, Honduras.
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